El Árbol de la Alegría florece en el Falla
El Árbol de la Alegría florece en el Falla
El pasado miércoles 17, el Gran Teatro Falla vivió una de esas noches que quedan suspendidas en la memoria colectiva de Cádiz. Miguel Poveda presentó El Árbol de la Alegría y el teatro se transformó en un espacio de emoción compartida, donde la música, la palabra y el duende caminaron de la mano.
Desde los primeros compases, Poveda fue tejiendo un relato íntimo y profundo. Hubo recuerdos y homenajes: palabras sentidas para Manuel de Falla, para Federico García Lorca, para la raíz musical que nace del pueblo y se convierte en arte universal. El cantaor habló de su recorrido personal por las calles de Cádiz, de La Caleta, de la magia que se respira en cada esquina y de ese duende invisible que solo aparece cuando la verdad se sube al escenario.
El público, con el teatro lleno hasta la última butaca, respondió con una entrega absoluta. Risas, aplausos largos y silencios emocionados marcaron el ritmo de una noche viva. Uno de los momentos más conmovedores llegó cuando Miguel Poveda dedicó una canción de Navidad a todos aquellos familiares que no estarán presentes en estas fiestas. El Falla quedó en suspenso: lágrimas compartidas, emoción sincera, humanidad sin artificios.
La excelencia musical acompañó cada instante. Paquito González, a la percusión, sostuvo el pulso emocional del espectáculo; Jesús Guerrero hizo hablar a la guitarra con sensibilidad y fuerza; junto a ellos, Londro, los hermanos Macarines —José y Maka— y Carlos Obrero conformaron un grupo musical sólido, elegante y profundamente expresivo.
El baile llegó de la mano de Sonia Poveda, cuya presencia escénica llenó el espacio de belleza y embrujo. Su baile, delicado y poderoso, convirtió cada movimiento en un lenguaje propio, hipnótico, capaz de sostener la mirada y el silencio del teatro entero.
Miguel Poveda rompió la distancia entre escenario y patio de butacas al bajar a compartir micrófono, abrazos y besos con el público. Fue entonces cuando Cádiz se rindió por completo. El Falla hervía de emoción, de magia y de verdad. La iluminación, cuidada al detalle, y un sonido diseñado para sentirse más que para escucharse, completaron una noche perfecta.
Una voz única, un grupo extraordinario y un público entregado hicieron del miércoles 17 una celebración del arte y de la vida. En el Falla, El Árbol de la Alegría floreció… y Cádiz creció con él.
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